miércoles, 6 de agosto de 2014

La tibieza de la cerveza - Basado en hechos reales

—¡Eh, cantinero! Póngame una cerveza bien helada.

—Enseguida, caballero —Isaac tomó una jarra de la repisa, la refregó con su grasoso delantal y la llenó hasta el borde con la espumosa e incomprensiblemente helada cerveza, tan, pero tan, tan fría que haría estornudar al oso polar más abrigado de la manada. Se la tendió al recio cowboy que la había pedido, aún tratando de descifrar por qué el muy maraca no tomaba whiskey, como cualquier son of neighbour—. Sírvase, caballero.

El sediento cliente echó a su espalda el aludo sombrero y empinó la jarra. Al entrar la cerveza en contacto con sus labios su piel se cuarteó y resquebrajó prácticamente de inmediato, su rostro adquirió un preocupante tono azulado y todo su cuerpo se crispó en una parálisis que conservaba un apenas perceptible temblequeo, una suerte de vibración, casi un zumbido físico. Frío no era un estado ni una sensación para él en ese momento; era un concepto superior, inexplicable y por demás elevado, como el Amor, la Fe o la Angustia De Los Domingos Al Caer La Tarde. Con la jarra soldada contra su boca y así tiritando, el vaquero cayó lentamente hacia atrás, chocando de espaldas contra el piso y quebrándose en incontables fragmentos cristalinos, con un estrépito que interrumpió la música y los sonidos de algarabía propios del saloon a esa altura de la noche. 

Los cubitos de hielo-cowboy cubrían todo el piso del lugar. Algunas de las coristas que revoleaban piernas y múltiples enaguas sobre el escenario se desmayaron ante la visión absurda de un hombre fragmentado cual si fuera de porcelana ártica, y algún que otro parroquiano salió más rápido que ligero del lugar sin mirar atrás, oliéndose en el aire la sospecha de estar siendo testigo de un poco acostumbrado homicidio, culposo o no, pero homicidio al fin.

El sheriff O'Flanagan, con sus recios bigotes y su casi inconstitucional manera de impartir justicia, no tardó en apersonarse en el sitio de la tragedia. Con presteza, el lugar fue acordonado, los testigos retenidos para recoger sus versiones del hecho y el pobre Isaac, aún perplejo y lloroso, detenido bajo sospecha de "congelamiento intencional mediante beberaje de maltas seleccionadas". 

La perspectiva para el pobre cantinero era desoladora. Mucha gente había visto lo sucedido y era muy difícil no pasar por culpable absoluto de lo que le había pasado al vaquero de garguero blandito. Mientras yacía en su pequeña y maloliente celda, meditando y repasando mentalmente cada momento de esa noche como si los recuerdos fueran vasos y su conciencia un sucio delantal, la triste melodía de una armónica que sonaba en la celda contigua le hizo rememorar su infancia, a sus padres y sus abuelos, abnegados luchadores que habían logrado conquistar esas tierras olvidadas de Dios, tapizadas de salvajes y búfalos. En el fondo de sus ojos veía a su abuela, la rusa nana Aleika, que de vez en cuando le aconsejaba entibiar siempre toda bebida o alimento antes de consumirlo, justificando el consejo con la historia del triste deceso de sus antepasados en las estepas siberianas por comer de postre en invierno un palito, casata o bombón helado, nunca recordaba exactamente cuál porque los nombres se le entreveraban con la letra de una canción tradicional veraniega. 

Con tal recuerdo atosigando su cabeza, se prometió a sí mismo ser más tenaz en prevenir a sus descendientes sobre los riesgos de "andar zarpado en frío" —según sus propias palabras registradas en su testamento y última voluntad (en inglés en el original, por supuesto)—. Fue así, por ese final documento legado al futuro, que desde entonces cada uno de los hijos, nietos, bisnietos y etcétera de Isaac que ha tenido la responsabilidad de servir una cerveza helada ha tomado todo tipo de recaudos para no sufrir las consecuencias que debió afrontar su desafortunado antecesor, sin importar lo descabellado o ridículo de la medida. 

Isaac Kantinovich fue condenado a morir en la horca al amanecer, un tibio jueves de abril hace ya más de un siglo, en un lugar muy muy lejano de donde yo hoy escribo.

Brindo por él y sus herederos dispersos por el mundo. Con mi cerveza tibia, obviamente. 

La tibieza de la cerveza (2012) - Un título más rebuscado de lo que parece,
para la foto de un cartel más rebuscado de lo que sería recomendable. 
Algunos comentarios de interés:

- La foto la saqué la noche del desfile del Carnaval de las Promesas en diciembre de 2012. Estábamos por allí con dos familiaresamigos, y como el ambiente en la explanada de la Intendencia de Montevideo estaba tendiendo a espeso nos fuimos a un bolichito-kiosko que está por la calle Santiago de Chile entre San José y Soriano a tomar una (no tan) fría. Afuera del comercio descubrimos este cartel.

- El veterano que atendía tenía pinta de ruso. Y bastante cara de Isaac. Y barba canosa. Y atendía por un reducido ventanuco después de que lo hubiéramos llamado tocando timbre en un portero eléctrico. Todo muy posmoderno...

- No me fui tan al carajo como parece con el texto, no crean.


Bo, ¿se nota mucho que esta foto fue sacada tan, pero tan, tan con un celular?


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