miércoles, 3 de septiembre de 2014

Che, Churrín, mirá a lo lejos - Churrinche oteador

Habiendo llevado a su exigencia extrema el zoom cagado que tiene este aparato, logré la foto que hoy presento, primera de tantas que tengo hechas en Jaureguiberry, Canelones, el lugar en el que históricamente he sido, donde la naturaleza formó parte importante de mi intelecto y formas principales de percibir el mundo, y de donde he recogido algunos de los seres vivos que más me han dado y más han justificado mi razón de ser en esta vida. Y donde además me pongo muy jipi, como puede leerse en el extenso enunciado anterior.

En la foto se ve un churrinche posado en lo alto de un pino muerto. La saqué bajando a la playa, donde nace (o donde muere, todo depende de cómo se considere) la calle Palo Palo, casi entre los médanos costeros.

Churrinche oteador (2012) - Le puse este título porque "Churrinche vigía" me daba la idea de milico, y el milico vestido de rojo no se da mucho que digamos. La otra idea era "Churrinche otero", pero podía darse la confusión de si estaba planteando una adivinanza para descubrir si era un churrinche o un tero; además lo de "otero" creo que le va más al pato, por cuestiones poéticas. * 
La calidad pictórica tan escasa en cuanto a lo técnico de esta foto creo que queda compensada por lo estético, al menos para mi gusto. Y me voy a justificar, porque si no, ¿para qué carámbanos hago un blog donde pongo mis fotos y escribo? La foto mismo es lo que está dentro del marco celeste más claro; el fondo difuso donde está la firma es marco en sí y junto con lo que sobresale en tono celeste oscuro son parte del juego tonto que le hago para no subir la foto sola, que queda medio perdida...

Ta, mucha excusa en cuanto al marco. Sigo con la foto. El cielo ese día era de un celeste total, de esos que cuando te concentrás te absorbe tanto como un buen cielo nocturno multitudinario en estrellas. Creo que la foto lo refleja bastante, más allá de lo pastoso de su textura. El tronco, muerto desde un temporal del 2006, brillaba al sol con un plateado metálico bastante hiriente, como un primitivo monumento vegetal dedicado a algún raro mineral mitológico.

Y ese churrinche... Ese churrinche, con su propia historia a cuestas, estático en lo más alto del quebrado árbol, miraba el horizonte en busca de quién sabe qué, posado allí como un pimpollo de una flor desorientada que creció en la nada, una gota de sangre plumosa en la punta de una espada deslumbrante de seis metros y pico de alto.

Hacía días que al pasar por esa calle yo veía al churrinche rondando por allí, siempre revoloteando cerca de los grupos de humanos que bajábamos a la playa o subíamos de ella. En el breve espacio de una cuadra y poco el encarnizado pajarito se cruzaba de un lado a otro de la calle, como haciéndose ver, como diciéndoles a todos "ey, personas, miren qué rojo que soy, miren qué volteretas que doy, miren qué chillidos que chillo".

El churrinche chillaba en su particular lengua churrinchera, como suelen hacerlo aquellos churrinches monolingües que tanto pueblan nuestros montes y campos orientales. Decía cosas de churrinche, por supuesto, y todo aquel que supiera y quisiera escucharlo podía aprender mucho sobre chimichurris, chinchulines, churrasquerías, charreteras y charcuterías, de las cuales este bicho sabe por simples casualidades fonéticas. De chalchaleros no tanto, porque esos son de la familia de los zorzales y los tordos.

Ante tanto, yo no pude hacer menos que sacarle una foto...
Sí, ese fue un verano muy curioso, de muchos aprendizajes.

* Vaya el saludo a un profesor de Derecho que tuve en el liceo, que se apellidaba Otero y tenía barba, y al cual obsequié una caricatura suya hecha por mi propia mano (derecha, porque era profe de Derecho). 


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